domingo, marzo 30

ASÍ NACIÓ JAN

Antecedentes
Para los que no sabeis mucho de mi historia, os pongo primero en antecedentes. En junio de 1993 en una visita al ginecólogo, me descubrieron una tumoración que iba de ovario a ovario. Cuando dos días después me operaron, descubrieron que era debido a una endometriosis de grado IV. Me extirparon la tumoración y el ovario derecho e hicieron una limpieza de los intestinos y vejiga, que estaban también cubiertos de tejido endometrial. Dada mi edad (tenía 24 años), salvaron el ovario izquierdo, que estaba también fatal, y lo reconstruyeron como pudieron. Desde entonces me sometí a tratamiento para controlar la endometriosis, y hacía una revisión anual para comprobar cómo iba mi único y maltrecho ovario.

En teoría no era estéril. En teoría, mi ovario funcionaba, pero mis trompas tenían muchas probabilidades de haber quedado obstruidas debido a la operación. En cualquier caso, hasta que no dejara el tratamiento (pildoras anticonceptivas) para intentar tener un bebé, no lo averiguaríamos. Yo no era nada optimista, y cualquier reportaje sobre infertilidad, endometriosis y técnicas de reproducción asistida que cayera en mis manos, era devorado al instante.

En abril de 2000 me casé con Lluís. Llevábamos más de un año viviendo juntos, y queríamos empezar a intentar tener niños. El médico me dijo que lo intentáramos durante un año, y luego hablaríamos. En abril de 2001 volvimos a vernos, y nos dimos medio año más de plazo. En enero de 2002, aún sin embarazo, volví a verle. Me dijo que teníamos que lanzarnos a empezar con tratamientos. Yo no tenía prisa: "No podemos darnos seis meses más de plazo?". Él me explicó que podíamos tardar todo lo que quisiéramos, pero yo tenía ya casi treinta y tres años. "A los treinta y cinco, es posible que no puedas usar tus própios ovulos, y que tengamos que recurrir a ovodonación". Esto me decidió. Si tengo que recurrir a ovodonación, prefiero adoptar un bebé ya nacido que lo necesite. Así que tras discutirlo con Lluís, que me apoyó al 100%, nos lanzamos a ello. En realidad los dos estábamos preveyendo ésta posibilidad.

El tratamiento
El motivo de mi infertilidad era, con toda probabilidad, la obstrucción de trompas, así que pasamos a FIV (fecundación in vitro) directamente. Tras algún papeleo, empecé a pincharme el 29 de marzo. El dos de abril nos fuimos de vacaciones, y volvimos el día 12, a tiempo para la primera ecografía de control. La estimulación fue muy bien, y el día 26 me hicieron la punción. Conseguimos 7 óvulos de mi único ovario. Cinco de ellos maduros, uno algo verde y el otro algo pasado. Con cuatro de ellos se hizo ICSI (inyección intracitoplasmática), para asegurar el tiro, y con los tres restantes, FIV normal. Conseguimos 4 embriones viables, tres del tipo I y uno del tipo II. El 28 de abril fuimos con Lluís a celebrar nuestro segundo aniversario de boda. Era el día antes de la implantación, y el último día que bebí alcohol en muchísimo tiempo... El día 29, a las seis de la mañana estábamos en el laboratorio para la implantación. Nos reunimos el médico, Lluís y yo para decidir cuántos embriones implantábamos. Al final le hicimos caso e implantamos los tres de tipo I.

Tras la implantación, mi hermana me llevó a casa y empezaron los catorce días más lentos de mi vida. El día nueve de mayo, mi hermana ya no podía aguantar más, y me trajo un test de embarazo. Era demasiado pronto, pero lo hice, y tras la espera de rigor, que la pasamos escudriñando el dichoso palito, tanto mi hermana como yo jurábamos que aquello que NO se veía, era una ligerísima raya de color rosa. Al día siguiente, y tras mucho ir de farmacia en farmacia, mi hermana me trajo el test de embarazo que dectaba el menor nivel posible de beta del mercado. Allí si que se veía una línea clara. Estábamos muy contentas, pero no queríamos creernoslo hasta que el análisis de sangre lo confirmara. El lunes siguiente, día 13, el análisis de sangre lo confirmó: estaba embarazada!

El embarazo
El día 14 tenía hora con mi ginecólogo. Me hizo una ecografía en la que no vimos absolutamente nada. Me mandó reposo, y volver al cabo de una semana. Ahí ya vimos un saco embrionario, pero nada más. A la semana siguiente (yo ya estaba de seis semanas) se me saltaron las lágrimas cuando por fin vimos un pequeño embrión dentro del saco, con un corazón que le latía a toda máquina. Me parece que ése fue el momento más emocionante de todo mi embarazo. En ésta ecografía también vimos un segundo saco embrionario, pero no salió adelante.

El primer trimestre transcurrió lentamente, con mareos y gran malestar. No tuve ni una náusea, pero me sentía fatal. En cuanto llegó la 15 semana, empecé a encontrarme mucho mejor, y volví a trabajar. En la ecografía de la semana 20, supimos que esperábamos un niño, para el cual ya teníamos nombre pensado: Jan. (No lo supimos antes porque no me hicieron ecografía en la semana 17, que cayó en agosto: vacaciones!).

En el segundo trimestre me encontré fantásticamente. Fue un verano de mucho ajetreo porque habíamos decidido vender el piso en el que vivíamos para comprar una casa más confortable, y nos pasábamos el día recibiendo visitas de posibles compradores. Al final no la vendimos hasta finales de octubre, dos días antes de la compra de nuestra casa.

El tercer trimestre fue agobiante. A mi me empezó a doler la cadera, y el médico me dió la baja. Pero mucho no pude descasar, ya que tuvimos que adecentar la nueva casa, hacer la mudanza e instalarnos. Dos días antes de la mudanza, el médico me hizo una ecografía en la que me dijo que Jan estaba enorme y que podría nacer en cualquier momento. Me asusté mucho (yo estaba ya de ocho meses) y preparé la bolsa de ir al hospital para estar a punto por si me ponía de parto. Llegó Navidad y con ella inundaciones y fiestas. Y Jan sin aparecer.

Pasaron las fiestas de Navidad, y llegó el día en que salía de cuentas. Y Jan seguía sin aparecer. Esos días antes del parto se me hicieron casi tan largos como los días después de la implantación de los embriones. Finalmente, el día 23 de enero, el día del cumpleaños de Lluís, al hacer la revisión, mi médico dijo: "Te estás quedando sin líquido amniótico, y éste niño no baja. Id a casa, coged la bolsa, y os espero en dos horas en la clínica. Te vamos a hacer una cesárea".

El parto
Al salir de la consulta del médico, nos fuimos directamente a casa, y por el camino llamamos a los amigos que se habían reunido para celebrar el cumpleaños de Lluís, para decirles que lo sentíamos mucho, pero no podíamos aparecer. Lo entendieron perfectamente! Como lo teníamos todo preparado desde hacía semanas, Lluís se entretuvo jugando a la Play Station, y cuando llegó la hora, nos fuimos al hospital. Encontramos aparcamiento y nos dirigimos a la planta de neonatología. Allí nos estaba esperando ya la comadrona, que estuvo con nosotros todo el rato. Nada más llegar, mandó a Lluís a hacer los trámites de ingreso y a mi me pidió que me pusiera la bata del hospital (ésa que te deja toda la parte posterior al aire) y que preparara dos mudas para Jan. Rellenamos un par de impresos, y cuando estábamos terminando llegó Lluís y nos fuimos a la habitación. Allí me pusieron una vía intravenosa y me monitorizaron para saber que tal iba Jan: fenomenal.

No me dí ni cuenta de cómo pasó el tiempo, que ya estaba delante de mi el ginecólogo, vestido de verde. Nos saludó y rápidamente nos fuimos la comadrona y yo al quirófano. Ahí yo me puse MUY nerviosa. Me tumbaron en la mesa, y empezaron a ponerme la epidural. Yo había oído que era muy doloroso, pero es un mito. No puedo decir que sea agradable, pero yo diría que más que doloroso es molesto. Mientras me la iban poniendo, yo pensaba: "todo el mundo dice que la epidural es genial, así que este rato de malestar debe valer la pena"... y la vale! Lo malo es que uno de los efectos secundarios de la administración de la epidural es una bajada momentánea de la tensión arterial. Yo tengo mucha tendencia a sufrir mareos, y además estaba muy nerviosa. Todo esto se juntó para provocarme una bajada de tensión espectacular. Llegué a estar a 5 de máxima y 2 de mínima. Estaba muy mareada, y ahí si que me encontré mal, y no durante la administración de la epidural! Cada vez que me tomaban la tensión se me dormía el brazo, y el anestesista llegó a decir que si aquello duraba un minuto más, me devolvía a la habitación, y dejábamos la cesárea para otro día.

Por suerte, en cuanto dijo esto, empecé a encontrarme mejor. No hacía más que decir: "Ahora me encuentro genial". Entonces dejaron pasar a Lluís, y el ginecólogo dijo que iban a empezar con la operación. Yo aún me notaba las piernas, y se lo dije. Se puso a reir: "Tu no te preocupes. Vas notar tu cuerpo todo el rato, pero no sentirás dolor". Yo no las tenía todas conmigo, pero tenía razón! No me dolió nada, pero yo podía mover los dedos de los pies. Pasó el rato, y yo notaba algunos tirones. Lluís estaba interesadisimo en el desarrollo de la operación, y todos ibamos hablando, de manera muy natural. A las 21:26 nació Jan, y lo pusieron en una mesilla, a mi izquierda, para hacerle las primeras pruebas. Lluís se acercó para mirarlo, y me dijo que era guapísimo. Yo lo veía de lejos, pero como no llevaba las gafas, la verdad es que lo veía medio borroso. Se me saltaban las lágrimas, y quería que Lluís me hiciera algo de caso, pero el muy caradura estaba pendiente de cómo me cerraban la herida. Cuando me ponían las últimas grapas, se acercó la comadrona con Jan aún cubierto de vernix, y pude besarlo. La verdad es que en ese momento no pude fijarme mucho en él, ya que se lo llevaron a la nursery para que entrara en calor. Lluís se fue con ellos, y a mi me llevaron a la habitación.

El hospital
En cuanto Lluís volvió de la nursery, nos pusimos a llamar a amigos y familia para anunciarles la noticia. Mucha gente se sorprendía de oirme explicarles que hacía media hora que me habían hecho la cesárea, pero es que me encontraba pletórica! Una hora después del nacimiento, ya estaba en la clínica toda nuestra familia. Todos me decían lo guapo que era Jan, porque yo no me acordaba de su carita! Al final, hacia la una de la madrugada, cuando casi todo el mundo se habia ido, me trajeron a Jan para que me lo pusiera al pecho y empezara a estimular la subida de la leche. Fue todo tan rápido, que casi no pude ni mirármelo y ya se lo volvieron a llevar. No podían dejarlo conmigo hasta que un pediatra le hiciera la revisión, y como había nacido tan tarde, no se la harían hasta el día siguiente.
A las cuatro volvieron a traérmelo, para la siguiente toma (toma de nada, porque yo aún no tenía ni calostro!). Y ahí si que pude mirármelo con tranquilidad: era el niño más guapo del mundo!

Entre las llamadas, las visitas, las tomas y los nervios que llevábamos encima, esa noche no dormimos nada. Por la mañana, cuando Lluís había ido a desayunar, vinieron a lavarme y hacerme la cama. Las enfermeras me dijeron que me convenía estar sentada todo el rato que pudiera, y me dejaron en el sillón. De verdad que ésa fue la peor hora que he pasado en la clínica. Me encontraba mal, tenía sueño y estaba de malhumor. Al ratito me trajeron a Jan limpito y revisado por el pediatra. Aguanté todo lo que pude en el maldito sofá, y me metí en la cama y dormí un rato: mi humor mejoró considerablemente. Durante el día tuve un montón de visitas, y por la tarde vino mi ginecólogo, que me recomendó levantarme y andar un ratito. Lo hice, y conseguí dar un mini paseo, pero me costó un poco.

Esa noche, nos preguntaron si queríamos tener a Jan con nosotros, o se lo llevaban a la nursery (nos lo irían trayendo a la hora de las tomas). Nosotros no sabíamos que hacer, porque estábamos realmente cansados, llevábamos casi 48 horas sin dormir. Pero la nurse nos recomendó que lo dejáramos con nosotros. Aguantamos hasta las dos de la madrugada, momento en que yo me puse a llorar de cansancio, y Lluís pidió que vinieran a llevarse a Jan. Me sentí una madre HORRIBLE, pero de verdad que las tres horas de sueño hasta la toma de las cinco me vinieron fenomenal. Y las tres siguientes hasta las ocho de la mañana, mejor todavía. Así que por suerte, pudimos afrontar el sábado descansaditos (Lluís no se despertó en ninguna de las tomas!).

El sábado fue el día más estresante de todos, y todo por mi culpa. La gente me iba llamando al móvil, y me decía "Vamos a pasar el sábado a verte, ¿a qué hora te va bien?" y yo les decía que se pasaran cuando quisieran, porque me apetecía ver a gente... Que risa! Entre las cuatro de la tarde y las diez de la noche, llegamos a ser más de sesenta! Fue terriblemente agobiante, todo el mundo quería verme, en la habitación no cabíamos entre flores, regalos y gente, hacía un calor... Mi consejo, si alguien os dice "A que hora paso a verte?", es: dad hora!!! Sobretodo si dais a luz en fin de semana!

A partir de ahí la cosa fue sobre ruedas, yo me encontraba cada vez mejor, y dominaba el asunto de cambiar pañales cada vez mejor, también. La siguiente aventura empezó el martes día 28 por la mañana, cuando nos fuimos del hospital y llegamos a casa, dónde no hay enfermeras que cuidan de tí, ni nurses que cuidan del bebé... pero eso es otra historia.

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